La humildad es uno de los términos que más confusión crea en su aplicación en la persona. Es un valor de todo hijo de Dios y el cual debe permanecer en tu corazón. Es lo que te hace consciente de cuáles son tus limitaciones, y te da la claridad de pensamiento de hasta donde puedes ir o llegar. Es lo que te ayuda a buscar más de Dios, sin que esto te haga pensar que tú evolución en Cristo te hace mayor que los demás. La humildad te empuja a crecer sin que pises a los demás, es lo que te ayuda a mejorar tu entorno sin poner en vergüenza a tu prójimo.
Es lo que te cuida de no usar la mentira, la pereza y la ingratitud, como excusa para no servir. La humildad describe un carácter dispuesto a dar sin esperar nada a cambio. La humildad es saber de dónde vienen tus fuerzas (Filipenses 4:13). La humildad es no ocultar lo obtenido, con el propósito de guardar lo que no te has ganado. Es lo que eres delante de Dios y lo que prácticas con tus hermanos. La humildad no la define lo que vistes o calzas, ni lo que comes, ni dónde vives, no lo define posiciones materiales, la verdadera humildad respeta y da valor a los demás sin perder el valor de si mismo. La humildad es la evaluación del conocimiento de Cristo y el instante cuando aceptas que todos somos iguales en El.